miércoles, 17 de noviembre de 2010

"No te vayas mamá, no te olvides mi, adiós mamá, pensaré mucho en ti".

El año pasado estuve en Bolivia. Por segundos esto empieza, "desde hace un año estoy en Bolivia" y les voy a contar por qué:
El viaje fue en ómnibus desde Montevideo hasta La Paz, hermoso pero incomodo (tal como la vida misma) y pasaron una cantidad de cosas que en otra oportunidad quizás cuente. 
El hecho es que un mediodía o una noche, no sé bien, uno pierde el sentido del tiempo después de dos o tres días adentro de un ómnibus, pero el sol disolvente que pisoteaba todo, me hace pensar que era mediodía en ese desierto de tierra roja y árboles secos en el sur de la altísima y hermosa Bolivia. 
Entre unas montañitas amarillas había una estación de servicio que juzgué poco prospera dada la ubicación. En ella descendimos para hacer uso de su... para aproximarnos a la idea digamos baño, luego vemos como la precisamos. Bajamos, cada uno con su ruido que en aquel lugar todos eran demasiado. La estación era atendida por dos hombres que jugaban con unas cartas deshidratadas un juego que, por sus rostros, venían jugando hace seis meses más o menos. Estaban acodados en una mesa de madera reseca, debajo de ella un perro reseco se extendía de los pies de un jugador hasta los del otro.
Mientras los jugadores atendían a los chóferes temí por el funcionamiento cardíaco del perro que demostró una de la alegrías más espontáneas y desmesuradas que vi en vida. Usamos el... bueno, digámoslo: baño. Fui el último en virtud no de mi generosidad sino de mi poca presencia de ánimo.
En los justificados 15 ó 20 minutos que estuve dentro por más que haga memoria no recuerdo haber oído el motor del ómnibus pero cuando salí ya no estaba. Todo el espacio que ocupaba el rectángulo  metálico estaba ocupado por un rectángulo de nada, de paisaje. La única ubicación geográfica que tenía era que Uruguay quedaba a miles de Kilómetros a mi derecha. Llegué a la orilla de la ruta con el trotesito del que está a punto de llorar y miré hacia la izquierda. En ese preciso momento pasó el Correcaminos perseguido por el incansable Coyote, Bip-bip .
 El perro me miró con una sonrisa socarrona, festejando quizás mi próxima eterna estadía en esa estación fantasma y allí empecé a correr, con la sorpresa del perro que intentó retenerme, corrí,
los huesos del maldito deshidratado perro sonaban como sonajero atrás mío.

Dentro del ómnibus viajaba otro Andrés, cuando el chófer preguntó si estaban todos,  los de los asientos de adelante dijeron "no, falta Andrés", es decir, yo. Los de los asientos del fondo protestaron "no, Andrés está acá", es decir, el otro, y los muchachos arrancaron, pasaron de una velocidad de 0 a 100 km/h, bip-bip.
-No, falta Andrés, pará, pará. Haciendo referencia a mi ausencia.
-¿están seguros? Los prácticos choferes mientras seguían la marcha.
-¡Sí, falta! Todo el ómnibus, ya percatado.    

En la carrera por mi vida la parte de atrás del ómnibus empezó a hacerse cada vez más grande, saludé a los chóferes por su buena disposición y me senté.
Es por esto que puedo decir "hace un año estuve en Bolivia".

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