Me
cortaron el teléfono, hay palabras que ya no digo. Se me rompió el
televisor, hay palabras
que ya no escucho.
Me
calcé las chancletas y arrastré los pies hasta la cocina otra vez
para preparar el mate; el agua tibia para que hinchara y la caldera
en el fuego. El otro abrió la mano y atrapó una gota de lluvia que
caía de la reja de la ventana que da al jardín, la observó como un
gigante y la dejó resbalar por la por la palma hasta caer y
estrellarse en las baldosas frías de la cocina. La explosión la
multiplicó y cada porción quedó en un lugar distinto. Se agacho y
con las yemas de los dedos las fue colocando otra vez en la palma de
su mano para volverla a hacer una.
Me
estuvo miranda a través de esa pequeña porción molecularmente
inalterada, idéntica desde hace millones de años a la primer gota
de agua que cayó, y a través del pequeño brillo suspiró.
-¡Cómo
llueve eh!
-Como
loco, parece que no para hasta el miércoles o el domingo.
-Para
decir eso no hubiese dicho nada; ¿no?, porque bien lo mismo da que
pare el lunes o el sábado, yo que sé.
-Yo
no dije lunes o sábado, dije miércoles o domingo, si no le
importaba, en vez de arrancar
la conversación con un "cómo llueve" la arrancaba con
otra cosa y ya está.
-Mirá,
paró un poco.
El
agua hirvió en la caldera que empezó a chillar. Él empezó a
revisar las cosas que yo había
estado escribiendo, tenía una pelota de papel en la frutera, al lado
de la manzana, la tomó, la desplegó y observó como si se tratase
de un documento histórico.
Después
de haber tomado un par de metes le alcancé uno, el hombre chupó y
puso cara de haber encontrado algo rescatable en lo que leía, golpeó
con el índice en ese renglón dos veces y miró hacia afuera.
-¿Qué?
Le pregunté y enseguida tuve miedo de mostrarme interesado en lo que
él podría opinar, así que en el camino desvié el objeto de la
interrogación y agregué:
-¿Está
muy caliente?
El
esquimal sacudió la cabeza negándolo enérgicamente y el tapado de
piel de oso polar pareció cobrar vida por un instante. Tuve ganas de
atravesarlo con la escoba o quemarlo con el agua hirviendo. Me
incomodaba un poco que estuviera allí examinándome, desde su polo
norte, sin emitir opinión, sólo poniendo caras de tanto en tanto.
Nos
separaba el largo de la mesa, (que es chica) el ancho lo ocupaba todo
con sus brazos forrados de pelos blancuzcos apoyado sobre el mantel.
Leía,
Cuando le alcanzaba el mate apenas desviaba los ojos de los papeles,
también me molestaba que no se sacase la osezna capucha estando
adentro. Me levanté para examinar el interior de la heladera y de
paso echarle una mirada más al lector. Aún tenía nieve en las
botas. La heladera estaba casi vacía, si no fuese por la margarina y
la botella de agua me hubiese sentido aún más solo. De camino a la
silla observé que el osito planchaba con las manos las arrugas de
las hojas que había apelotonado y las ordenaba a su costado.
-¿Cuantas
formas de nombrar el blanco es que tienen ustedes? Pregunté pensando
en el blanco reinante en el interior de la heladera, pero la pregunta
pareció no haber llegado a destino, acomodó la última hoja a su
izquierda y me miró apoyando la mano sobre el montoncito de hojas
escritas y volvió a suspirar .
-Todas
mis formas de decir blanco, son las tuyas de decir tristeza.
Me encantó!! Qué buen texto, Andrés!!! Así, de una sola leída, sin análisis, sin gramática ni intertextualidad. así como nos gustaban los cuentos cuando éramos pequeños.
ResponderEliminarTernura infinita ese esquimal tomando un mate...
Gracias por este respiro en un enero de pesadas cargas.
Abrazo!
muchas, muchas gracias.
ResponderEliminarObscuri se complace en publicar este cuento en su Nº50 (en preparación). Gracias por cedernos los derechos de autor. Un abrazo.
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