AMULETO
Un
dolor de espalda me había tenido todo el día boca a bajo en la
cama. Esta posición no me
resultaba incomoda pero sí aburrida. Boca arriba al menos podía
leer, pero el dolor era insoportable en cualquier otra posición que
no fuera la que mantenía. En realidad leer boca abajo se puede, pero
después de un rato de tener el libro tan cerca duelen los ojos y el
cuello.
Dormí
unas horas. Desperté. Intenté moverme de apoco, probando la
espalda, reconociéndome
dolorido, fui despacio sondeando el terreno por el cual me podía
mover.
No
era mucho, apenas un poco el cuello y los brazos, que los tenía por
fuera de las frazadas.
Aproveché para acomodarme la almohada y ponerme más al borde de la
cabecera de la cama.
De
ahí escuché la radio del vecino o la lluvia. Resoplé. La
imposibilidad de moverme hacía mil veces peor todo. En
la pared vi que el sol se había ido, sin mover más que los ojos la
recorrí un rato. Me
había convertido en una máquina de desear ser otro, de fabricarme
vidas distintas y mejores:
la de un atleta con un cuerpo sano, sin dolores de espalda, la de un
entusiasta al quién
cualquier adversidad lo motiva, la de alguien exitoso, alegre en una
fiesta o la de un tipo
con fe. El
frío se acentuó y cada vez había menos luz en la habitación.
Entre la cabecera y la pared encontré una media.
No me sorprendió
que estuviera allí vaya uno a saber desde cuando, en definitiva una
media es una media y suelen andar por cualquier lado, de hecho no son
indispensables como para que alguien perciba su desaparición y
pueden ser sustituidas por cualquier otra, lo cual facilita que sean
olvidadas.
Otro
factor que conspira contra la memoria de la media es que uno puede
tener tres o cuatro pares iguales, esto es, por ejemplo, seis u ocho
medias negras con rombos rojos y verdes, cifra que permite altas
posibilidades de combinación, volviendo casi imperceptible, como
decía, la ausencia de una. En conclusión, cualquier media podría
haber estado allí todo el tiempo que quisiese sin causar una falta
significante para nadie. Dos
cosas sí me llamaron la atención. Una, que la media era amarilla y
yo nunca había usado
medias de ese color, la otra que parecía flotar y yo nunca había
usado medias así. Sentí
curiosidad y a los pocos segundos estaba recorriendo sigilosamente la
sábana con la palma de una mano en dirección al prodigio.
Debo
confesar que si bien el tedio me había estado masticando de a poco
por largos días, un milagro de estos, por más humilde que fuese, me
maravillaba. En otros tiempos me hubiese gustado ser capaz de
teletransportarme, con el único fin de no perderme nunca un asiento
en el ómnibus, por más lleno que este viniese y por más lejos que
el asiento se encontrase. Siempre esperé que sucediera algo que
empatara las cosas, es verdad. Recién
cuando toque la media amarilla me di cuenta que estaba siendo
sostenida por algo. Use
mi mandíbula como bastón y me aproximé unos centímetros al borde
de la cama, los músculos
de la espalda se tensaron por esta maniobra y eso me causó un dolor
que me obligó
a respirar detenidamente por un rato.
Estuve con la media entre los
dedos, el dolor menguo
y volví a concentrarme. Con
suspenso quité la prenda, quizás temiendo lo que podría estar
oculto debajo, pero en el último tramo se me resbaló y abruptamente
quedamos cara a cara con un interruptor. Me
encontré decepcionado, lo cierto es que yo esperaba otra cosa, un
objeto mágico, una lámpara
maravillosa, un amuleto; no un interruptor. Recién después de la
decepción me percaté
que jamás lo había visto, pero esto no me reavivó la curiosidad. El
interruptor salía de la pared unos centímetros sostenido por dos
cables, uno celeste y el otro marrón, del mismo marrón que el
interruptor. Intenté quitarlo de mi vista con un empujón
hacia abajo pero por el material mismo de los cables volvió
suavemente al mismo lugar donde estaba. Minutos después, como la
habitación estaba en penumbras, antes de intentar con la lámpara de
la cabecera busqué con los dedos interruptor e intenté encenderlo.
Subí la llave y no percibí ninguna variedad en la luz de la
habitación, ni siquiera
en la luz de afuera que hacía ya unas noches no prendía. Bajé la
llave, intenté detectar
una diferencia, pensé que bien podría no haber notado nunca una luz
encendida desde
siempre y sí notar su ausencia o su reaparición, pero nada.
Con
frustración subí y bajé la llavecita muchas veces. Al término de
esta descarga empecé a recorrer el cablecito con los dedos hasta
donde pude y luego con la vista, allí sí me llamó la atención que
saliera del suelo, por lo general los cables salen de las paredes. Pensé
y pensé, volví a intentar, abriendo y cerrando la llave con al
mismo resultado, repasé el recorrido del cable desde el misterioso
interruptor hasta hundirse en el mismísimo suelo. Tuve
en cuenta la inclinación con la que lo hacía, el ángulo que
formaba, el tiempo que demoraba
en volver al lugar, tracé mentalmente su trayectoria y, con un
margen de más menos
unos metros, la bombita de luz que estaba prendiendo y apagando se
encontraba en un escritorio de una habitación de un edificio de la
ciudad de Fukuoka, en el suroeste del Japón, habitación
perteneciente a un joven estudiante de física. Rápidamente
estimé la diferencia horaria, y siendo entonces ya las 20:00hs
deduje que de aquel lado del mundo serían las 08:00hs, momento en el
cual el estudiante estaría aprontándose
para concurrir a clases. Imaginé
lo que este suceso significaría para aquel muchacho.
Tener una
lámpara prendiéndose y apagándose sola sobre la mesita de luz no
sería cosa de todos los días. El
estudiante examinó la lámpara para descartar la hipótesis del
falso contacto, se fijó en el enchufe y en el resto de la
instalación, observó detenidamente todo sin dar con la cusa. Desde
aquí abrí y cerré varias veces la llave, el japonés perplejo se
arrojó al suelo para fijarse
debajo de la cama, detrás del mueble y dentro de los cajones. No
tuve en cuenta una variable importante, y en una de las series de
encender-apagar la bombita se quemó. Le di tiempo al muchacho a
remplazarla para seguir con el juego, esperé unos minutos pero el
reemplazo no apareció. El joven estudiante guardó en su mochila una
calculadora científica que encontró en el primer cajón, vio que la
luz seguía apagada, se encogió de hombros y guardó un par de
cuadernos. Yo esperé atento. El muchacho se calzó la mochila,
consultó la hora en su celular. Abrí y cerré la llave otra vez,
eran las 20:30hs y me dormí con el interruptor en la mano. Del otro
lado ya no había nadie.
Fantástico en todas las acepciones de la palabra.
ResponderEliminarCuando te compongas del dolor de espaldas, fijate si no hay algún otro manejando interruptores en tu vida :)
Abrazo!