martes, 17 de abril de 2012

Manolette en el mundo Quelonio.


Hace unos días atrás, en la típica esquina montevideana de 18 de Julio y Ejido, la típica casa La Pasiva fue cerrada, en ese lugar se pondrá una típica casa de comidas (pero de otro lado). Este hecho provocó una gran indignación a nuestro amigo, Manolette, el caracol.


martes, 21 de febrero de 2012

Pinocho/pequeño poema en mi menor.



 Todos esos barcos, que flotan, vacíos,
manchados de herrumbre y olvido, perdieron sus almas
en algún puerto helado de Alaska o de Svalbard.

Ya no habrá en ellos
recuerdos de faros que rompan la oscuridad.
Entonces despierto dentro de una ballena
y me lleva en silencio, bajo las estrellas,
que mezclan su brillo con la sal del mar.

Todos estos barcos, desdibujados, que flotan
dormidos, han dicho que el mundo está lejos
para quien no sabe volver, de Alaska o de Svalbard.

Ya no habrá para mí
recuerdos de mapas marcados con lápiz de carpintero.
Entonces despierto dentro de una ballena,
y encuentro que he sido, un puñado de pintura y madera,
y que cuando crezca seré un gran inventor.







martes, 1 de noviembre de 2011

Uno y segundo

Estoy solo. La puerta se cerró y el perro quedó del otro lado. Esto lo estoy escribiendo porque he leído cosas así, vi películas así y esas son mis mayores experiencias sobre el tema. ¿Qué tema? Estar solo, en una pequeña habitación con un perro grande y baboso detrás de la puerta. Hasta hace un rato rasguñaba la madera y olfateaba por el pequeño espacio que hay entre la puerta y el piso.
Adentro hay luz eléctrica. Es un baño. Tiene una escoba y un balde roto. La puerta no está cerrada con llaves, yo podría abrirla y salir pero el perro me devoraría vivo. Voy a esperar hasta que se aburra o sienta hambre y deba ir en busca de alimento. 
Ya no raspa la madera con sus garras, está allí, camina de lado a lado y cada tanto se hecha a esperar.
Orinó en la puerta, siento el olor y parte del orín pasó para este lado.

 Anoche aulló como un lobo y gruñó detrás de la puerta. Al amanecer me pareció oír un ladrido lejano que  se confirmó al rato, tan cerca como el del primer perro, detrás de la puerta.
El encuentro fue muy estridente, ladraron mucho y ambos rasguñaron la puerta, me pareció que esta vez la iban a romper. Tuve mucho miedo.
Los identifico cuando ladran, así que los nombré; el primero se llama Uno y el que apareció hoy se llama Segundo. Los nombres se deben, claro está, a como los identifiqué al principio. Al rato no podía pensar en ellos sin unirlos a esas palabras.
Pensarme devorado por dos perros era algo aterrador. Empecé a sentir hambre y los perros también. Aullaban.


Me dormí por unas horas y creo que los perros también. Ahora no los escucho y tengo la sensación de estar solo de ambos lados de la puerta. Tengo miedo que el hambre me engañe y haga salir sea como sea. Voy a esperar un poco más.

Los perros están acá. Más que antes, ahora raspan la puerta con los colmillos y el piso con las garras. Les grité y acometieron con más furia. Me tiré al piso y traté de verlos por los centímetros entre el piso y la puerta. Uno era negro, pero no pude identificar si era Uno o Segundo. Les seguí gritando, con odio, ¡fuera!
Tomé la escoba y golpee fuerte la puerta y los perros se daban contra ella como cascotazos.

¡Fuera! Grité y esta vez no fue tanto a los perros como a mí. Abrí la puerta y los perros no estaban.



miércoles, 17 de noviembre de 2010

"No te vayas mamá, no te olvides mi, adiós mamá, pensaré mucho en ti".

El año pasado estuve en Bolivia. Por segundos esto empieza, "desde hace un año estoy en Bolivia" y les voy a contar por qué:
El viaje fue en ómnibus desde Montevideo hasta La Paz, hermoso pero incomodo (tal como la vida misma) y pasaron una cantidad de cosas que en otra oportunidad quizás cuente. 
El hecho es que un mediodía o una noche, no sé bien, uno pierde el sentido del tiempo después de dos o tres días adentro de un ómnibus, pero el sol disolvente que pisoteaba todo, me hace pensar que era mediodía en ese desierto de tierra roja y árboles secos en el sur de la altísima y hermosa Bolivia. 
Entre unas montañitas amarillas había una estación de servicio que juzgué poco prospera dada la ubicación. En ella descendimos para hacer uso de su... para aproximarnos a la idea digamos baño, luego vemos como la precisamos. Bajamos, cada uno con su ruido que en aquel lugar todos eran demasiado. La estación era atendida por dos hombres que jugaban con unas cartas deshidratadas un juego que, por sus rostros, venían jugando hace seis meses más o menos. Estaban acodados en una mesa de madera reseca, debajo de ella un perro reseco se extendía de los pies de un jugador hasta los del otro.
Mientras los jugadores atendían a los chóferes temí por el funcionamiento cardíaco del perro que demostró una de la alegrías más espontáneas y desmesuradas que vi en vida. Usamos el... bueno, digámoslo: baño. Fui el último en virtud no de mi generosidad sino de mi poca presencia de ánimo.
En los justificados 15 ó 20 minutos que estuve dentro por más que haga memoria no recuerdo haber oído el motor del ómnibus pero cuando salí ya no estaba. Todo el espacio que ocupaba el rectángulo  metálico estaba ocupado por un rectángulo de nada, de paisaje. La única ubicación geográfica que tenía era que Uruguay quedaba a miles de Kilómetros a mi derecha. Llegué a la orilla de la ruta con el trotesito del que está a punto de llorar y miré hacia la izquierda. En ese preciso momento pasó el Correcaminos perseguido por el incansable Coyote, Bip-bip .
 El perro me miró con una sonrisa socarrona, festejando quizás mi próxima eterna estadía en esa estación fantasma y allí empecé a correr, con la sorpresa del perro que intentó retenerme, corrí,
los huesos del maldito deshidratado perro sonaban como sonajero atrás mío.

Dentro del ómnibus viajaba otro Andrés, cuando el chófer preguntó si estaban todos,  los de los asientos de adelante dijeron "no, falta Andrés", es decir, yo. Los de los asientos del fondo protestaron "no, Andrés está acá", es decir, el otro, y los muchachos arrancaron, pasaron de una velocidad de 0 a 100 km/h, bip-bip.
-No, falta Andrés, pará, pará. Haciendo referencia a mi ausencia.
-¿están seguros? Los prácticos choferes mientras seguían la marcha.
-¡Sí, falta! Todo el ómnibus, ya percatado.    

En la carrera por mi vida la parte de atrás del ómnibus empezó a hacerse cada vez más grande, saludé a los chóferes por su buena disposición y me senté.
Es por esto que puedo decir "hace un año estuve en Bolivia".