martes, 26 de noviembre de 2013

HERMANO ESQUIMAL

Me cortaron el teléfono, hay palabras que ya no digo. Se me rompió el televisor, hay palabras que ya no escucho.
Me calcé las chancletas y arrastré los pies hasta la cocina otra vez para preparar el mate; el agua tibia para que hinchara y la caldera en el fuego. El otro abrió la mano y atrapó una gota de lluvia que caía de la reja de la ventana que da al jardín, la observó como un gigante y la dejó resbalar por la por la palma hasta caer y estrellarse en las baldosas frías de la cocina. La explosión la multiplicó y cada porción quedó en un lugar distinto. Se agacho y con las yemas de los dedos las fue colocando otra vez en la palma de su mano para volverla a hacer una.
Me estuvo miranda a través de esa pequeña porción molecularmente inalterada, idéntica desde hace millones de años a la primer gota de agua que cayó, y a través del pequeño brillo suspiró.
-¡Cómo llueve eh!
-Como loco, parece que no para hasta el miércoles o el domingo.
-Para decir eso no hubiese dicho nada; ¿no?, porque bien lo mismo da que pare el lunes o el sábado, yo que sé.
-Yo no dije lunes o sábado, dije miércoles o domingo, si no le importaba, en vez de arrancar la conversación con un "cómo llueve" la arrancaba con otra cosa y ya está.
-Mirá, paró un poco.
El agua hirvió en la caldera que empezó a chillar. Él empezó a revisar las cosas que yo había estado escribiendo, tenía una pelota de papel en la frutera, al lado de la manzana, la tomó, la desplegó y observó como si se tratase de un documento histórico.
Después de haber tomado un par de metes le alcancé uno, el hombre chupó y puso cara de haber encontrado algo rescatable en lo que leía, golpeó con el índice en ese renglón dos veces y miró hacia afuera.
-¿Qué? Le pregunté y enseguida tuve miedo de mostrarme interesado en lo que él podría opinar, así que en el camino desvié el objeto de la interrogación y agregué:
-¿Está muy caliente?
El esquimal sacudió la cabeza negándolo enérgicamente y el tapado de piel de oso polar pareció cobrar vida por un instante. Tuve ganas de atravesarlo con la escoba o quemarlo con el agua hirviendo. Me incomodaba un poco que estuviera allí examinándome, desde su polo norte, sin emitir opinión, sólo poniendo caras de tanto en tanto.
Nos separaba el largo de la mesa, (que es chica) el ancho lo ocupaba todo con sus brazos forrados de pelos blancuzcos apoyado sobre el mantel.
Leía, Cuando le alcanzaba el mate apenas desviaba los ojos de los papeles, también me molestaba que no se sacase la osezna capucha estando adentro. Me levanté para examinar el interior de la heladera y de paso echarle una mirada más al lector. Aún tenía nieve en las botas. La heladera estaba casi vacía, si no fuese por la margarina y la botella de agua me hubiese sentido aún más solo. De camino a la silla observé que el osito planchaba con las manos las arrugas de las hojas que había apelotonado y las ordenaba a su costado.
-¿Cuantas formas de nombrar el blanco es que tienen ustedes? Pregunté pensando en el blanco reinante en el interior de la heladera, pero la pregunta pareció no haber llegado a destino, acomodó la última hoja a su izquierda y me miró apoyando la mano sobre el montoncito de hojas escritas y volvió a suspirar .
-Todas mis formas de decir blanco, son las tuyas de decir tristeza.

martes, 17 de abril de 2012

Manolette en el mundo Quelonio.


Hace unos días atrás, en la típica esquina montevideana de 18 de Julio y Ejido, la típica casa La Pasiva fue cerrada, en ese lugar se pondrá una típica casa de comidas (pero de otro lado). Este hecho provocó una gran indignación a nuestro amigo, Manolette, el caracol.


martes, 21 de febrero de 2012

Pinocho/pequeño poema en mi menor.



 Todos esos barcos, que flotan, vacíos,
manchados de herrumbre y olvido, perdieron sus almas
en algún puerto helado de Alaska o de Svalbard.

Ya no habrá en ellos
recuerdos de faros que rompan la oscuridad.
Entonces despierto dentro de una ballena
y me lleva en silencio, bajo las estrellas,
que mezclan su brillo con la sal del mar.

Todos estos barcos, desdibujados, que flotan
dormidos, han dicho que el mundo está lejos
para quien no sabe volver, de Alaska o de Svalbard.

Ya no habrá para mí
recuerdos de mapas marcados con lápiz de carpintero.
Entonces despierto dentro de una ballena,
y encuentro que he sido, un puñado de pintura y madera,
y que cuando crezca seré un gran inventor.







martes, 1 de noviembre de 2011

Uno y segundo

Estoy solo. La puerta se cerró y el perro quedó del otro lado. Esto lo estoy escribiendo porque he leído cosas así, vi películas así y esas son mis mayores experiencias sobre el tema. ¿Qué tema? Estar solo, en una pequeña habitación con un perro grande y baboso detrás de la puerta. Hasta hace un rato rasguñaba la madera y olfateaba por el pequeño espacio que hay entre la puerta y el piso.
Adentro hay luz eléctrica. Es un baño. Tiene una escoba y un balde roto. La puerta no está cerrada con llaves, yo podría abrirla y salir pero el perro me devoraría vivo. Voy a esperar hasta que se aburra o sienta hambre y deba ir en busca de alimento. 
Ya no raspa la madera con sus garras, está allí, camina de lado a lado y cada tanto se hecha a esperar.
Orinó en la puerta, siento el olor y parte del orín pasó para este lado.

 Anoche aulló como un lobo y gruñó detrás de la puerta. Al amanecer me pareció oír un ladrido lejano que  se confirmó al rato, tan cerca como el del primer perro, detrás de la puerta.
El encuentro fue muy estridente, ladraron mucho y ambos rasguñaron la puerta, me pareció que esta vez la iban a romper. Tuve mucho miedo.
Los identifico cuando ladran, así que los nombré; el primero se llama Uno y el que apareció hoy se llama Segundo. Los nombres se deben, claro está, a como los identifiqué al principio. Al rato no podía pensar en ellos sin unirlos a esas palabras.
Pensarme devorado por dos perros era algo aterrador. Empecé a sentir hambre y los perros también. Aullaban.


Me dormí por unas horas y creo que los perros también. Ahora no los escucho y tengo la sensación de estar solo de ambos lados de la puerta. Tengo miedo que el hambre me engañe y haga salir sea como sea. Voy a esperar un poco más.

Los perros están acá. Más que antes, ahora raspan la puerta con los colmillos y el piso con las garras. Les grité y acometieron con más furia. Me tiré al piso y traté de verlos por los centímetros entre el piso y la puerta. Uno era negro, pero no pude identificar si era Uno o Segundo. Les seguí gritando, con odio, ¡fuera!
Tomé la escoba y golpee fuerte la puerta y los perros se daban contra ella como cascotazos.

¡Fuera! Grité y esta vez no fue tanto a los perros como a mí. Abrí la puerta y los perros no estaban.